lunes, 29 de noviembre de 2010

"No puedo"

Estaba sonriente. No feliz, sonriente. Por fin lo había superado, ya no le importaba. Ahora mismo estaba caminando a un lugar que había elegido ella, porque ella quería. Eso sí... aún le preocupaba.
Sonó un pitido.
Se llevó la mano al bolsillo y sacó el móvil. Observó la pantalla un momento e hizo gesto de ir a contestar. Pero no lo hizo. Lo bloqueó y volvió a guardarlo. “Sonríe”, pensó. Eso ayuda a alegrarse.
Sonó un pitido.
Instintivamente fue otra vez a sacar el móvil, pero se paró justo a tiempo. Cerró los ojos, inspiró hondo, y alejó su mano del bolsillo. Continuó caminando. “Sonríe”, pensó.
Sonó un pitido.
El pulso se le aceleraba. Puede que todos los mensajes no fueran de la misma persona. Pero sí, lo eran. No tenía que engañarse. Era fuerte, podía superar aquello. “Sonríe”, pensó.
Sonó un pitido.
“¿Por qué no apagas el móvil?”, “No puedo”. Simplemente, no podía. No debía. Acercó la mano al bolsillo, la volvió a alejar de él. “No llores”, pensó.
Esta vez los pitidos parecían haberse acabado. Se mordió el labio inferior, respiró hondo y siguió caminando. Pensó en aprovechar aquel momento de aparente descanso para apagar el móvil. Pero, ¿y si averiguaba que ella lo había apagado? No sabía que hacer. Pensaba a mil por hora, pero ni un solo pensamiento era claro.
Sonó un pitido.
Las lágrimas inundaron sus ojos. “No llores”, pensó.
“No llores”.
“Sonríe”.
Respiró profundamente, intentó tranquilizarse.
Sonó un pitido.
Tenía que sacar el móvil, hacerle frente a lo que estaba ocurriendo. Se llevó la mano al bolsillo, y esta vez sí sacó el móvil. Miró la pantalla.
Había muchos mensajes, todos de la misma persona. No sabía si debía hacerlo, pero leyó uno de ellos. “¿Dónde estás?”
“Comprándome la camiseta que me dijiste.”
Se mordió el labio inferior y pulsó la tecla de enviar. Se estaba poniendo muy nerviosa. Enviado. ¿Se daría cuenta de que ella le estaba mintiendo? No importaba. Pensaba que era fuerte, pero no lo era. Había acabado cayendo en el mismo error de siempre.
Sonó un pitido.
“Sé que no es cierto, amor.”
El pulso se le aceleró al máximo. El miedo le invadió el cuerpo, paralizándola. Ni siquiera pensó en seguir caminando, ni siquiera pensó en sonreír, ni siquiera pensó en no llorar.
Entonces no sonó un pitido. Sonó la canción que le avisaba de una llamada. Las lágrimas ya caían por sus mejillas. Sus dedos temblorosos no sabían si responder o no. La llamada era de la misma persona, por supuesto. ¿Debía responder? ¿Intentar ocultar su mentira?
Inspiró hondo. Pulsó el botón verde.
-Amor, te he estado enviando mensajes, ¿no los has leído?
-No... el móvil debía estar estropeado. Si no, sabes que te hubiera contestado- ¿qué estaba haciendo? Ya lo había superado. No caigas otra vez. No. Le había costado mucho mentalizarse de que podía hacerlo. Ella era superior a todo aquello.
-No me mientas, amor, sabes que no se te da bien. Sé que no has ido a comprar la camiseta que yo dije-empezó a mirar a los lados, asustada. No sabía qué hacer. ¿Y si él estaba allí? Y si la veía llorar? ¿Y si la había visto mientras ignoraba todos sus mensajes? Quizás no fuera tan fuerte-. ¿Estás llorando, amor?
Se asustó. No quería que supiera que lloraba.
-No...no-intentó decir con voz firme, pero estaba temblando.
-Ay, amor, nunca has sido buena para disimular, ¿eh? Deberías aprender un poco. ¿Por qué no has ido a comprar la camiseta? ¿Dónde estás ahora, que no me contestas los mensajes? ¿Es que estás con alguien más?
Bien. Él no estaba allí, si no no le hubiera preguntado por la compañía. Pero ella no quería decirle dónde estaba. Era la primera decisión que había tomado sin su permiso en mucho tiempo, y no quería arruinarla.
-¿Por qué no contestas?
“Porque es mi decisión, porque es mi decisión, porque es mi decisión...”
-Amor, contéstame. Ya. Sabes que no puedes ocultarme nada. Ni debes. Si no, tendré que enfadarme en serio...
No, no, no... Pero ella era fuerte. Era más fuerte que él, que sus amenazas. No volvería a caer. Esta vez, no.
-... y no quieres verme enfadado de verdad.
Ella era más fuerte. Esta vez, no.
-No-contestó, con la voz temblorosa, pero decidida-. No quiero verte enfadado de verdad. No... no quiero verte de ninguna manera. Ya no. Esta vez, no.
Y, tras unos segundos en los que no podía moverse, empezó a apartar el móvil de su oído y, mientras escuchaba cómo él se recuperaba de la sorpresa y comenzaba a contestarle, colgó. Y apagó el móvil. Lo abrió, sacó la tarjeta, la tiró lejos. Lo más lejos que pudo.
Y entonces, se puso en marcha de nuevo. Comenzó a caminar hacia su propia decisión, sin permiso de nadie, nadie que mandara sobre ella. Que lo intentaran si se atrevían.
Porque no volvería a caer.
Estaba sonriente. Feliz, sonriente. Había decidido ir a comprar un vestido a cuadros.

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